Este cuento lo escribí para ayudar a un paciente hace unos 15 o 20 años atrás. Desde entonces me ha servido con muchos pacientes que presentaban este problema. Siempre ha servido. Quiero decirles que no se puede hacer el diagnóstico de cleptomanía en niños menores de seis o siete años. Es absolutamente normal que los niños pequeños se apropien de todo porque no distinguen entre ellos y el mundo. Después de los seis o siete años, después de que cambian los primeros dientes o que tienen las muelas de los 6 años, ya es diferente y hay que prestar atención a esto y hacer algo para ayudarlos. 

Lo ideal, por razones que sería muy largo de explicar en este contexto es que el niño o la niña se cruce de piernas y de brazos y escuche el cuento de esta manera. todos los días hasta que se sane. No hay que hacerle ninguna referencia, ni explicación al respecto. Sí hay que adaptar la descripción del niño o niña del cuento para que el niño o la niña se sientan identificados.

 

Aquí el cuento:

 

 

Un niño bueno que necesitó despertar

 

Había una vez un niño de ojos grandes y mirada hermosa, cuya bondad era conocida por todos. Vivía una vida armoniosa con su padre y su madre en una casita en el bosque. Todos los días recorría el camino que lo separaba de su colegio haciendo un paseo saliendo del bosque, pasaba por un tronco ahuecado donde una ardilla solía tener su casa, luego recorría una plantación de árboles de manzano, que precisamente ahora se encontraban cargando las manzanas rojas en su máximo esplendor,  atravesaba un verde prado y llegaba al colegio, donde poseía muchos amigos y era muy feliz.

Una noche, mientras dormía, un oscuro murciélago se introdujo en su sueño y le dijo: “mañana tomarás una de esas relucientes manzanas que cuelgan de los árboles que lindan con tu camino de recorrido al colegio”

El niño se levantó como siempre, se preparó para irse, desayunó y dio un beso de despedida a su madre y a su padre, que también se alistaban para salir a trabajar. Comenzó a recorrer el camino hacia el colegio, atravesó la el bosque, pasó por enfrente del tronco ahuecado, desde donde lo miraba venir la asustadiza ardilla que se escondía a su paso, y cuando iba pasando por la plantación de manzanos tuvo el irresistible impulso de coger uno de los  relucientes frutos, lo  introdujo  en su mochila y siguió su camino. Al llegar al colegio admiró la reluciente manzana en secreto y la escondió debajo de su pupitre.

A la noche siguiente se volvió a repetir el sueño, pero esta vez el  oscuro murciélago le dijo que sacara dos manzanas, que una era muy poco. Así, se repitió todo y el niño cogió dos relucientes manzanas y al llegar al colegio, después de admirarlas en secreto las escondió debajo de su pupitre. Así se fue repitiendo día a día la historia y cada vez se acumulaban más manzanas debajo del pupitre del niño.

Un buen día, el padre del niño, que había trabajado muy duro y ahorrado durante mucho tiempo, regaló a su esposa una cajita muy delicada y hermosa, con incrustaciones de oro,  para que ella guardara en su interior las cosas que más apreciaba.

Cuando al niño ya no le entraran más manzanas bajo su pupitre, el sueño acostumbrado se repitió, pero esta vez el oscuro murciélago le dijo: “esa cajita nueva y delicada de tu madre es tan hermosa, ¿por qué no la tomas?”

A la mañana, antes de emprender su camino al colegio, el niño vio en el dormitorio de su madre la cajita, cuyas incrustaciones brillaban bajo un  rayo de sol que entraba a través de la ventana. La vio tan hermosa, que rápidamente la tomó y la guardó en su mochila. Así emprendió su recorrido como todos los días.

Al estar casi saliendo del bosque pasó por enfrente del tronco ahuecado. No vio esta vez a la ardilla, así que introdujo su mano en el tronco ahuecado y sintió algo calentito y suave.  Lo sacó. Era una tierna ardillita bebé, que lo miraba muy asustada, su corazón latía fuerte y rápido. El niño podía percibirlo en su mano. Era un animalito hermoso, así que decidió tomarlo y llevárselo en su mochila.

Cuando llegó al colegio pudo observar con admiración que todos los niños y la profesora hallábanse fuera del aula, ya que no podían entrar debido al hedor misterioso que emanaba del lugar. El niño se acercó y efectivamente, un olor a podredumbre emanaba del lugar, se asomó a la sala tapándose la nariz y descubrió que el olor se concentraba en su pupitre. Miró bajo él y en vez de las relucientes manzanas pudo ver manzanas en descomposición, con moho, que se deshacían al intentar tomarlas. Con gran pesar contó a su profesora lo ocurrido y tuvo que entrar  con un recipiente, reunir todas las manzanas putrefactas, asear su pupitre, de modo que el mal olor se fuera, con lo que pudieron volver a hacer clases en el aula.

El niño se sentía muy avergonzado por lo ocurrido. Al retornar ese día a la casa y pasar, como de costumbre, por el tronco ahuecado vio a la ardilla, que lloraba desconsolada. Esta vez no se asustó al verlo pasar, tal era su pena que ni había notado la presencia del niño. El niño, que en su corazón era bueno, tuvo piedad del pobre animalito y le preguntó: “¿Qué te ocurre ardilla, que lloras con tal desconsuelo? – “Es que esta mañana salí más temprano que de costumbre a traer comida para mis amados hijitos y al regresar faltaba uno de los dos. Lo he buscado por todo el bosque y no lo he hallado.” En ese instante, el niño despertó como de un sueño y recordó que él había tomado  la hermosa ardillita pequeña. Rápidamente abrió su mochila y la ardillita pequeña se encontraba allí, ya sin fuerzas, porque no había comido ni bebido en todo el día. La ardilla mamá, al ver a su hijito, se alegró tanto, que de inmediato lo acomodó en su madriguera junto a su hermanito, dispensándole todos los cuidados para que se recuperara. El niño siguió su camino con gran pesar a su hogar por lo que había hecho más temprano.

Al llegar a su casa, en vez de encontrarse como era habitual, con su madre que lo abrazaba alegre con todo su cariño, la encontró llorando, sentada en una silla. El niño de buen corazón le preguntó: “Mamá ¿Qué te sucede que lloras tan amargamente? Ella le contó, que la valiosa cajita con incrustaciones de oro, que su esposo lo regalara como un presente especial, para lo cual había trabajado mucho, había desaparecido junto a cosas muy atesoradas por ella, que había guardado en su interior. Como terminando de despertar, el buen niño recordó que esa mañana él había tomado la delicada caja que tan hermosa se viera bajo la luz del sol. Con gran vergüenza, pero de prisa, la sacó de su mochila y la entregó a su madre, que lo observaba con mirada asombrada. El niño contó a su madre todo lo ocurrido y el sueño del oscuro murciélago. En su corazón sabía que nunca más tomaría nada que no fuera de él, ya que había visto cuánto sufrimiento había generado su actuar.

Esa noche, en el sueño del buen niño se introdujo un ángel reluciente como las manazanas, suave como la pequeña ardilla y brillante como la cajita con incrustaciones de oro que brillaba bajo la luz del rayo de sol que entraba a través de la ventana. El ángel miró al niño con infinita dulzura y le dijo: “buen niño, al fin despertaste y tu buen corazón está en paz. Yo viviré en él y me tendrás siempre que me busques.”   El niño despertó a la mañana siguiente radiante de alegría. Sabía que en su corazón podía hallar todo cuanto había estado intentando tomar afuera. Así vivió irradiando bondad y todas las buenas cualidades de su corazón por toda la vida.