Si observamos nuestro proceso evolutivo, el hombre primitivo se alimentaba de lo que instintivamente le dictaba su organismo; por estar inmerso en la naturaleza poseía ese conocimiento innato de lo que le hacía bien y lo que le hacía mal. Asimismo podía “sentir-percibir” cuál planta podía curarlo de alguna afección. A medida que fue desarrollando su conciencia terrena, fue separándose de esta unidad con la naturaleza y su orden universal, fue despertando a los placeres terrenos, como los sabores etc… fue perdiendo los instintos sanos y con ellos la sabiduría primigenia del como alimentarse.
No se trata de volver atrás a lo instintivo, sino de iniciar una búsqueda consciente de lo que puede ser adecuado para este momento evolutivo y hacerlo desde el entendimiento, ya no desde los instintos, que han sido sacrificados, en pos de que pueda brotar una consciencia individual clara y libre. El hombre tiene que desarrollar una cultura sobre la alimentación. El hombre aprende a comer; el animal está determinado a engullir. Para ello es fundamental tener presente, entre otras cosas, la comprensión del concepto al que nos referimos cuando hablamos de “ritmos”.
Todos los seres en el ámbito de lo viviente, están inmersos en ritmos. Tenemos por ejemplo los ritmos de:
  • Las estaciones.
  • El día y la noche.
  • El ritmo respiratorio y cardíaco.
  • El ritmo en el crecimiento de las plantas.
Toda esta vida de ritmos es la que permite un desarrollo vital armónico. Los hombres, por haber perdido en gran medida los sanos instintos, debemos procurar encontrar una fuente de salud basada en procesos concientemente buscados. Si hablamos de niños pequeños, demás está decir que somos los adultos los que somos “su consciencia”. Sería de desear que el ritmo alimentario fuese cada vez más regular, lo que también puede tomarse como un proceso de autoeducación para los adultos a cargo. El bazo es el órgano que se ocupa de equilibrar todos los desequilibrios de ritmo en ingestión de alimentos (y otros ritmos) que el ser humano hace consigo mismo. Todo lo que es rítmico, fortalece y sana. Todo lo arrítmico, debilita y enferma. En este punto también influyen las cantidades. Ellas debieran ser regulares y justas. Porciones ni muy grandes, ni muy pequeñas. La medida justa como adulto puede ser aquella cuando uno aún tiene un poco de hambre. Ahí sería bueno parar. Es decir no quedar con sensación de plenitud estomacal, lo que por otro lado no permite avocarse a otras tareas con eficiencia. En la práctica es bueno comer en forma regular cada 3-4 horas, entre medio sólo tomar agua o agua de hierbas sin endulzar y ojalá las colaciones tengan algo de grasa y/o proteínas (que no sean puro carbohidrato) para dar más sensación de plenitud estomacal y podamos evitar comer hasta la próxima hora de comida. Los niños que son alimentados en forma regular con alimentos saludables, cuyos sabores no son artificiales o muy estimulantes, en general conservan un sano instinto, por lo que comen la cantidad adecuada, sin cometer excesos. Sin embargo cuando son niños acostumbrados a comer “chatarra”, pueden perder la buena medida sana.
Ciertos hábitos son saludables por simple lógica: el no beber líquidos en las horas de comida para no diluir los jugos gástricos y de esa manera enlentecer la digestión, sino beber entre las comidas; lo ideal es comer las frutas entre las comidas o antes de ellas y no después (se puede hacer excepción con la manzana), ya que sino fermentan en el calor y en espera que la comida (con proteínas o con grasas) se digiera en el estómago o las ensaladas crudas que se digieren mejor si se comen primero, antes de la comida cocida son algunos ejemplos. Basta con practicar esto con esfuerzo por 2 o 3 días (si es que aún no se hace habitualmente). El hábito se adquiere rápidamente. Nuestro cuerpo etérico (de fuerzas vitales) es muy noble y rápidamente se habitúa a todo, tanto a lo bueno como a lo malo.