Fisiología desde el punto de vista antroposófico

¿Cómo es que actúan los alimentos en nosotros?
Para comprender el proceso de la nutrición, hay que entender el proceso digestivo en sus principios básicos desde lo que nos revela la ciencia espiritual.
Al ingerir un alimento del reino vegetal o animal, no sólo uno está ingiriendo carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas etc…
La planta se encuentra un escalón por encima del mineral, porque puede organizar al mineral según sus propias leyes. Es capaz de arrancar las sustancias del dominio de las fuerzas físico-terrenas que rigen al mineral (gravedad, desintegración etc.) e incorporarlo a las leyes de lo viviente (organización, crecimiento, reproducción, superar las fuerzas de gravedad). Este sistema está dado por un organismo de fuerzas concreto en cada especie vegetal, que se denomina “Cuerpo Etérico”, que es esta organización, que en todo ser viviente gobierna lo mineral. Cuando comemos una planta, también ingerimos con ella, sus fuerzas etéricas. Lo mismo ocurre cuando ingerimos un animal (especialmente los así llamados animales superiores en la escala evolutiva); él posee también otro tipo de fuerzas, sobre las que hablaremos más adelante, con las que nos relacionamos.
REINOS:
Mineral: posee solamente cuerpo físico.
Vegetal: posee cuerpo físico y cuerpo etérico (que mantiene sus procesos vitales}
Animal: posee cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral o cuerpo anímico (que lo hace portador de conciencia, movimiento, impulsos y pasiones).
Ser Humano: posee un cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y un Yo o espíritu (que le otorga su individualidad y la autoconciencia, propias del ser humano).
Cuando el ser humano se alimenta, tiene que matar por completo esas fuerzas y luego impregnar esa sustancia, de fuerzas propias. Debe por ejemplo destruir las proteínas del pollo (que van acompañadas de fuerzas astrales de pollo) y rehacer la proteína humana. Lo mismo con los carbohidratos de los vegetales etc…En lo exterior ya se puede apreciar esta transformación con el acto de masticar, luego en nuestro estómago mediante el ácido clorhídrico, los jugos pancreáticos y las sales biliares que siguen desmenuzando la sustancia. Es un punto de vista materialista aquel que dice que “somos lo que comemos”, como lo afirman muchas personas. Más bien podríamos decir que somos aquello que es capaz de transformar lo que comemos. Rudolf Steiner dice: “no comemos para que esto o lo otro nos caiga bien, nos nutrimos gracias a oponernos a las fuerzas de esta Tierra y vivimos gracias a que ofrecemos resistencia”. En un ser humano sano, todo debiera ser metabolizado e impregnado por las propias fuerzas yoicas. Si no logramos despojar de sus fuerzas a los alimentos, es decir matarlas, para transformarlas, ellas actúan como algo extraño, algo del mundo exterior, dentro de nuestro propio organismo, como un veneno. Por ejemplo las personas alérgicas, no pueden terminar de matar las fuerzas de la proteína exterior (ya sea inhalada o ingerida) y por eso se enferman. El cuerpo produce una reacción frente a esa sustancia “extraña” que se ha introducido en él. “Todo lo que es naturaleza extrahumana debe quedar afuera, en la naturaleza. Dentro del ser humano, se encuentra todo aquello que se opone a la naturaleza”.
Si observamos al animal, a la planta y al mineral, en relación al ser humano, podemos darnos cuenta que el más cercano a éste evolutivamente hablando, es el animal. La planta es el único ser que puede sintetizar proteínas desde el reino mineral. El hombre y el animal no pueden. Ellos lo deben realizar a través del consumo de plantas o de otros animales. Por lo tanto cuando un hombre ingiere un animal está haciendo un esfuerzo menor que si comiera una planta, es mucho más fácil, ya que esta sustancia se encuentra a “medio camino”. Por otro lado hay que considerar que todo esfuerzo que no realizo, me debilita. Como ser humano se hace el proceso de elevar lo vegetal primero al plano animal y luego al plano yoico. Es decir, lo eleva dos veces. Cuando el hombre ingiere un vegetal, algo bastante lejano de su organización, esto requiere de una gran fuerza del Yo. Las fuerzas que uno utiliza para elevar lo vegetal al plano animal son muy distintas a las que se utilizan para elevar lo animal al plano humano. Las primeras existen en el ser humano. Si ellas no son utilizadas, se vuelven contra el propio organismo, lo cansan y lo distorsionan.
La planta tiene fuerzas etéricas (vitales), ella crece como resultado de la conjunción de fuerzas cósmicas (el sol, la luna, los planetas) y terrenas. Ella se yergue desde la tierra hacia el cielo. Esas son las fuerzas que la impregnan y a ellas nos enfrentamos cuando comemos una planta.
El animal tiene una vida de instintos y pasiones, propias de cada especie animal. Esas fuerzas son tan concretas que incluso esculpen su forma física. Esta vida de pasiones que mueve al animal está dada por una organización superior a la etérica, que es el cuerpo astral. El cuerpo astral es aquel que permite a los seres que lo poseen, tener un sistema nervioso, órganos sensorios, el poder desarrollar una experiencia interior, en base a un estímulo exterior y la capacidad de desplazarse. En el cuerpo astral se da toda la vida pasional. Cada animal corporiza fuertemente una pasión. Cuando ingerimos animales no solo estamos comiendo sus fuerzas etéricas, sino que son fuerzas etéricas gobernadas por lo astral y fuerzas astrales, a las que nos tenemos que enfrentar. “Todo lo material que nos rodea es una manifestación y una expresión de lo espiritual, por lo tanto detrás de todo lo que ingerimos existen fuerzas operantes. Nosotros a través de la alimentación también entramos en relación con una realidad espiritual, con un sustrato que está detrás de lo material”.
Si comparamos la planta con el ser humano, podemos observar lo siguiente: la planta incorpora anhídrido carbónico y libera de sí oxígeno. El hombre inhala oxígeno y exhala anhídrido carbónico. La planta tiende a vivificar, transforma lo muerto en vivo, otorga oxígeno para el resto de los seres vivientes. El hombre tiene la tendencia contraria.
Si observamos la sangre, ella es roja. El fluido fundamental de la planta, la savia es de color verde, el color opuesto y complementario del rojo. La molécula principal para la vida de la planta es la clorofila, esa es una sustancia “mágica”. La molécula fundamental de la sangre humana es la hemoglobina. Ambas son moléculas de una alta complejidad (tienen ambas 4 anillos tetrapirrólicos exactamente iguales), con la única diferencia de que en el centro la clorofila posee el elemento magnesio y la hemoglobina tiene en su centro al hierro. Ambos elementos poseen una gran afinidad por la luz. Un fluído es totalmente interior, la sangre, la clorofila se abre al cosmos, a la luz del sol.
La cabeza humana, si la contemplamos como imagen, es como la bóveda celeste, es como la Tierra entera. Requiere de muchos minerales, en ella se manifiestan tendencias contractivas, desecantes, endurecedoras (tanto en su forma como en su función). Si nos detenemos en la raíz vegetal, ella se hunde en la tierra, en lo mineral y aparecen las mismas tendencias de endurecimiento, contracción y desecación. Existe sin embargo una gran diferencia: la raíz posee una gran vitalidad, que el órgano principal de la cabeza de ninguna manera tiene. Así es cómo con esta inmensa vitalidad absorbe lo mineral y lo incorpora a la vida.
Cada vez que uno quiera estimular las fuerzas de la cabeza en un niño/a, es necesario darle raíz. Ejemplos de niños con fuerzas cefálicas débiles: niños de cabeza grande, somnolientos que necesitan despertar, con problemas de concentración, déficit atencional.
¿Qué tipo de raíces? Las raíces coloreadas son las que pueden otorgarle fuerzas vitalizantes al sistema neurosensorial. La zanahoria y la betarraga, además de ser hermosamente coloreadas, son muy estructuradas, tienen abundante contenido mineral e incluso tienen un leve aroma. Las fuerzas cefálicas están activas con especial intensidad en el primer septenio, por lo tanto estos importantes alimentos no deben faltar en esta etapa.
La papa merece una atención especial. Crece bajo la tierra en el ámbito de la raíz, pero no es raíz, es tubérculo. Esto es diferente porque significa que es un tallo ensanchado y sus raíces son finísimos hilitos. Es casi puro almidón, no tiene la abundancia de minerales como la zanahoria, no es coloreada, es informe. Es decir, es como si las fuerzas del ámbito de la hoja-tallo y del fruto hubiesen caído a lo terrenal, a las fuerzas de lo terreno. No significan fuerzas vigorizantes para de la cabeza, sino todo lo contrario. Por tener esta característica de asumir en sí las fuerzas de lo terreno favorece el desarrollo del pensamiento racional mecanicista, que sustenta al materialismo de hoy día. En cambio en la betarraga y la zanahoria, que llevan a las profundidades el color, la luz, el aroma y la sustancia estructurada, uno ve las fuerzas de la flor y el fruto gobernando la raíz. La papa además pertenece a la familia de las solanáceas (como el tomate, pimentón, berenjena, pepino dulce etc.), que tienen pequeñas cantidades de solanina, que es una sustancia que se esconde de la luz del sol y tiende a formar venenos. La papa debilita el mesencéfalo y conduce a una debilidad senil de los ojos.
El camote es diferente, ya que él es una raíz. Además tiene sabor dulce y color, muy a diferencia de la papa con la cual aparentemente es parecido.
Si uno quiere fortalecer lo rítmico (corazón y pulmones) es la hoja lo que se necesita. La hoja crece con su superficie hacia el sol y por las fuerzas del sol. Crecen y salen rítmicamente, de una en una, igual que las costillas del tórax del hombre. Este ritmo también aparece en la actividad de los pulmones y corazón. La planta realiza el intercambio gaseoso por la hoja. Nuestro proceso respiratorio también se da en nuestro tórax.
Las hojas (ensaladas verdes) son fácilmente digeribles en el intestino. No hace falta cocerlas, se pueden comer crudas y con ello se fortalece el ser humano del medio. No hay que olvidar que en este centro asienta la región del sentir humano. Pensar en ellas en especial para niños tristes, asmáticos o con otros problemas bronquiales o torácicos. En ellos hay que fortalecer el centro.
La fruta y la flor ya han sido en cierta manera “cocinadas” por el sol. Las flores son como hojas metamorfoseadas, muy sutilizadas. Es como si las hojas se hubieran puesto livianas por el aire. En cuanto a los frutos es tan claro que portan el calor en sí, que algunos incluso se pueden cortar verdes y éstos continúan el proceso de maduración (o “cocción”) por sí mismos. ¿Cuál es la correspondencia con el ser humano? Allí donde el metabolismo es más intenso, existe más calor, importantes procesos vitales y se encuentra todo el sistema reproductor. Aquel polo que llamamos sistema metabólico motor y que corresponde a los órganos del abdomen y las extremidades. Para estimular esta región, damos abundante cantidad de fruta y flores. ¿En qué niños es necesario? En los flacuchentos, pálidos, sin apetito, desvitalizados, de cabeza chica, con poca voluntad, porque es en este sistema metabólico motor, que se asienta la voluntad humana. A estos niños entonces, muchos frutos, flores y semillas.
Por lo recorrido, podemos darnos cuenta que el ser humano es una planta invertida y él está íntimamente relacionado en su organización con ella.
Estos tres principios mencionados están en un tipo especial de alimento. Estos son los cereales integrales. En ellos están contenidas las fuerzas de la raíz, de la hoja y del fruto a la vez. Estos no son como cualquier semilla. En el cereal maduro, encontramos un intenso proceso de mineralización. Este representa el principio raíz. Esto comienza una vez que la raíz (por ejemplo del trigo) ya ha logrado un gran desarrollo, de más de un metro de largo, al iniciar la maduración del grano de trigo, se va produciendo una regresión en la raíz. Cuando el trigo está bien mineralizado, la raíz está casi atrófica. Es decir, toda la fuerza mineralizante de la raíz se desplazó desde ella hacia este pequeño grano. En él también encontramos importantes procesos metabólicos, en la sustancia más abundante del cereal, el almidón y en el germen de trigo, que es la pequeña parte que posee la potencia para formar una planta entera. El elemento luz, que tiene tanto que ver con la hoja, también lo encontramos en el grano maduro. Por eso cuando las hojas de la planta se marchitan y aparece el brillo de oro sobre un campo de cereales, es señal de que toda esa vida está allá concentrada. Además por ejemplo en la conformación de la espiga también encontramos el elemento rítmico de la hoja en la ordenación de los granos.
Los cereales poseen un alto contenido en sílice, que es una de las sustancias qué más puede acoger las fuerzas cósmicas de luz y erguimiento. Es fundamental en todo lo que es tejido de sostén. (huesos, dientes, pie plano etc)
Son siete los cereales (gramíneas) que poseen las fuerzas planetarias arquetípicas: trigo (domingo-Sol), arroz (integral) (lunes-Luna), cebada (martes-Marte), mijo (miércoles-Mercurio), centeno (jueves- Júpiter), avena (viernes-Venus) y maíz (sábado-Saturno). La quinoa, el amaranto y el trigo sarraceno son muy nutritivos también pero no son cereales propiamente tales, son pseudocereales (las dos primeras pertenecen a la familia de las amarantáceas y la última a la familia de las poligonáceas). Ojalá toda dieta de los niños estuviera basada principalmente en cereales integrales, que son el alimento más completo, armónico y adecuado para el desarrollo plenamente humano. Un plato equilibrado siempre debiera contener el elemento raíz, el elemento hoja y el elemento flor.
Hay que aprender a cocinar con cereales, se pueden hacer platos muy sabrosos con ellos cuando se los sabe preparar bien.
En cada cereal actúan fuerzas bien definidas, que permiten favorecer ciertos aspectos del desarrollo.
La avena está indicada para niños carentes de impulsos. Por lo mismo se recomienda usarla con moderación en los coléricos.
El arroz tiene una intensa relación con el elemento agua. Está muy poco enraizado a la tierra. Se vincula con lo flemático. Es un cereal muy armonizante. Siempre es conveniente agregarle condimentos aromáticos, para que podamos “aterrizarlo” más hacia lo metabólico. Moderarse de dar arroz integral todos los días a un niño muy sanguíneo.
El maíz se esconde entre las hojas, pero igual guarda en su color “la luz del sol”. En su encierro tiene que ver con el temperamento melancólico. Por lo tanto hay que usarlo con moderación en niños con esa tendencia y se puede usar de vez en cuando en los que son demasiado alegres y extrovertidos.
El mijo actúa contra la rigidización. Su planta es muy aeriforme. Se emparenta con el temperamento sanguíneo. Por lo tanto es ideal para los melancólicos, que son un poco rígidos interior y exteriormente.
El cereal a pesar de ser un alimento tan equilibrado, le falta algo. No tiene ricos aromas ni vivos colores en general, que son los principios de la flor. Por eso es necesario siempre condimentarlo muy bien con plantas aromáticas, como tomillo, orégano, romero, cilantro, comino, albahaca etc…
Al pan blanco (harina blanca refinada) se lo ha despojado de la vitamina B, oligoelementos y minerales, además del importantísimo germen de trigo. Para asimilarlo, el organismo debe recurrir a sus propias reservas de minerales, oligoelementos y vitaminas. Por esto el pan blanco, lejos de nutrirnos, nos despoja de fuerzas importantes.