El niño y los medios tecnológicos
Sin duda, uno de los desafíos más intensos que como padres tenemos que enfrentar en la época que estamos viviendo, es la relación de nuestros hijos (y – ¿por que no?- la nuestra) con los medios de comunicación. En este escrito queremos entregar algunas luces que, desde la Antroposofía, pueden ayudar a entender este asunto.
En los años en que Rudolf Steiner (1863-1925) trajo la Antroposofía al mundo, este problema estaba en ciernes. El acceso de los niños a la tecnología era impensable, por lo que obviamente no hubo una dedicación especial al tema por su parte; aunque, refiriéndose al uso de la máquina de escribir, Rudolf Steiner alertaba que cada vez que se presionaba una de sus teclas, era como si un trueno traspasara el alma.
Por lo tanto, toda la investigación y el pensamiento sobre este tópico ha sido desarrollado después de Rudolf Steiner, basados en la ciencia que el fundó. Ese mismo esfuerzo científico es al que intentaremos apelar para plasmarlo en este documento.
El desarrollo del niño
Buscando orientarnos en el entendimiento del asunto en cuestión, consideramos necesario revisar la imagen del hombre desde la visión antroposófica en uno de sus muchos aspectos: la trimembración.
El hombre es un ser integrado por tres sistemas. El primero – en orden decreciente- es el Sistema Neurosensorio, cuyo centro está en la cabeza pero que evidentemente está presente en todo el organismo humano, siendo la cabeza el sitio donde se concentra su actividad
En oposición anatómica y funcional a la cabeza podemos observar el Sistema Metabólico Motriz, igualmente omnipresente, pero que convoca sus mayores fuerzas en el abdomen y los miembros.
Entre ambos y consecuentemente ubicado para servir de armonizador entre las fuerzas descendentes neurosensorias («de la cabeza») y las ascendentes del metabolismo, encontramos el Sistema Ritmico en el tórax, cuya conformación está dada por los ritmos respiratorio y cardiaco, que buscan siempre lograr un equilibrio entre los dos sistemas polares y que, al igual que los otros sistemas, envía sus ramificaciones a toda la organización humana.
Es evidente que los tres sistemas están funcionando desde antes del nacimiento, de lo contario la vida sería inviable; sin embargo, en el desarrollo del hombre estos sistemas maduran con un desfase temporal, siguiendo un patrón de siete años, un septenio.
El primer septenio es conducido por la cabeza. No es casual que cada padre y madre vea con alegria como su bebé va conquistando su cuerpo desde la cabeza a los pies. Esta conquista es llevada a cabo por la individualidad de cada niño, por su «Yo». Desde la inconciencia, el Yo va haciéndose dueño del cuerpo, anclado en la cabeza en los primeros 7 años. Este proceso llega a su fin con el cambio de dientes, fenómeno físico que nos revela que se ha terminado la primera parte del trabajo, la que se guió desde la cabeza, y que ahora hay fuerzas que quedan disponibles para ser usadas en una esfera distinta al desarrollo físico: el pensar. El niño está apto para ingresar a la escuela.
En el segundo septenio -el periodo escolar- el Yo, habiendo concluido su trabajo desde la cabeza, desciende al sistema rítmico, para desde ahí, seguir conduciendo el desarrollo del niño. El escolar es todo ritmo y por ello, la educación básica debe fundamentarse en el arte, reflejo cósmico humano del ritmo. Este es uno de los pilares en los que se sustenta la pedagogía iluminada por la Antroposofía, la así llamada Pedagogia Waldorf. El arte debe ser el marco y la base sobre la que se yerguen todas las actividades que el maestro realiza con sus alumnos. A través de él, el niño va forjando en su interior imágenes verdaderas y bellas que van ayudándolo a configurar saludablemente sus órganos físicos y a sentar las bases de su vida anímica, a través del sano desarrollo de la fantasía.
Dentro de este septenio, ocurre un hecho trascendental para la vida humana. Alrededor del noveno a décimo año de vida, el Yo profundiza su penetración del organismo y se adentra en el metabolismo. El niño vivencia este proceso desde lo anímico con algo de pesar. No es difícil imaginar su vivencia. El Yo después de haber estado en la cabeza, recibiendo la luz y los estímulos del medio, se adentra en las profundidades del cuerpo, en la oscuridad y la soledad. El niño se siente solo y se vivencia a sí mismo. Ya no volverá a ser el mismo después de esta experiencia, a la que se le denomina el «Rubicón», aludiendo al mítico río que debió cruzar Julio César.
Con la llegada de los 14 años el niño deja de serlo, adquiriendo la «madurez terrenal». Se convierte en adolescente. Se inicia el tercer septenio. El Yo continúa su descenso en el organismo para conquistar el último bastión: el sistema musculoesquelético. Y, como todo comienzo, se hace difícil: los movimientos se tornan torpes y descoordinados. El Yo se sumerge en el hueso y vivencia en el interior la perfecta estructura que soporta nuestro esqueleto, imitada pero no igualada por la ingenieria. El Yo vivencia como nunca antes la materia. El joven está apto para adentrase en los misterios de la materia. Es la edad en que en la escuela se introduce el estudio de la Física. Es el momento para conocer la tecnología.
Influencia de la tecnología en el desarrollo infantil
Una vez establecidos algunos de los principales hitos en el desarrollo humano en sus primeros años, podemos entrar en el estudio del impacto que sobre él ejerce la introducción de los medios tecnológicos. Para nuestro análisis es más bien indiferente el tipo de medio al que nos enfrentemos. La televisión, el computador, el teléfono celular en todas sus versiones habidas y por haber se fundan en el mismo principio: una pantalla que, gracias a la agrupación de pequeños puntos (pixeles) o líneas, induce la percepción de «imagen» y un parlante que, también gracias a la tecnología, induce la percepción de «sonido» en el usuario. Sumamos a ello un espectador que permanece inmóvil frente al aparato y que a lo sumo, mueve dedos y manos y un poco sus ojos. La radio entra en el mismo grupo con la diferencia de que, al no contar con imagen, permite una cierta libertad visual
Si el niño se expone a alguno de estos artefactos puede experimentar diversas vivencias. En primer lugar, se enfrenta a imágenes y sonidos que no son reales, pues no provienen de un ser que esté presente en su totalidad frente a él, sino de reproducciones altamente tecnologizadas. Esto genera un quiebre en su alma, una disociación entre la vivencia interior anímica y la fuente de la cual proviene el estímulo. Para ponerlo en términos simples, esa imagen y/o sonido son solo ondas físicas, carecen de «alma». El niño recibe entonces un estímulo carente de alma y de él no puede sacar vivencias que le nutran anímicamente
Cuando un niño escucha o lee un relato o un cuento, su fantasía crea imágenes propias, individuales, irrepetibles que van enriqueciendo su vida interior, conectándolo consigo mismo y creando el germen de un hombre individualizado ( no confundir con «individualista»), capaz de desarrollar sus propios pensamientos y sentimientos, enriquecer la vida cultural de la sociedad y con voluntad firme para hacer lo que el mundo necesita de él. Cuando el niño ve una imagen animada en la pantalla ( e incluso una imagen fija en una revista de historietas o en un cuento «ilustrado») no le queda más opción que aceptarla pasivamente, perdiendo la oportunidad de desarrollar una imagen propia y, en su lugar, se yergue en su interior la misma imagen estereotipada que se presenta en los millones de niños que ven la misma imagen que el. Comienza entonces el menoscabo de su individualidad y se crea el germen para desarrollar en el futuro «hombres masa», con escasa vida interior y pocas opiniones propias, disponibles para seguir la tendencia imperante, sin detenerse a cuestionarla y que continúan haciendo lo que todos hacen.
Menoscabo de la voluntad
Frente a las pantallas el niño queda prisionero, su voluntad es coartada, obligado a permanecer inmóvil, pasivo, recibiendo ondanadas de información ultraprocesada. Sus músculos permanecen en reposo, incluso los músculos del ojo ( aquellos que permiten la adaptación del enfoque de la vista), pues ¡¡ no necesitan moverse !! (de hecho, este efecto paralizante de la televisión sobre la musculatura del ojo es utilizado en la convalescencia de ciertas cirugias oftálmicas, para lograr una adecuada cicatrización)
Si el niño está «aburrido» y «no sabe qué hacer», aprieta un botón y aparece un mundo lleno de aventuras y emociones listo para él. Así va aprendiendo lo «fácil» que puede llegar a ser satisfacer un deseo y salir del aburrimiento. Entonces, ¿para qué esforzarse, si esto es tan sencillo?, ¿para qué estudiar, para qué aprender a tocar un instrumento, para que salir a pasear?
Se sientan las bases para transformarse en seres cómodos, perezosos, desinteresados por el mundo natural (ya que el mundo virtual es más «excitante») a los que como futuros adultos, se les haga más difícil sobrellevar la vida, comprometerse, vencer la adversidad y que quedan susceptibles a caer, frente a las contrariedades del destino, fácilmente en adicciones, depresiones y fracasos.
Silencio: el espacio interior
Ante el cúmulo de información mediática a la que estamos expuestos va quedando poco lugar para el silencio, tan necesario para crear y cuidar nuestro espacio interior. Todas nuestras actividades tienden a estar acompañadas por algún ruido, incluso hay quienes ponen música envasada para «meditar».
Nuestros niños (y nosotros también !!) necesitan silencio, sobre todo después de los 10 años, edad en que -como vimos- comienzan a tener una vivencia anímica más clara e individual. Si esos espacios son cubiertos con ruidos, el niño va perdiendo la oportunidad de encontrarse consigo mismo.
Los adolescentes se preguntan ¿»quien soy?» y muchas veces quedan sin respuesta hasta avanzada edad. ¿No será que les faltó tener un mayor espacio interior, por falta de silencio?
Efectos de la sobreestimulación
Es un hecho que nuestra sociedad altamente industrializada y tecnologizada favorece la sobrecarga de estímulos para nuestros niños. Luces, sonidos, juguetes «interactivos», pantallas, teléfonos, computadores, avisos publicitarios, juegos electrónicos desfilan por delante de los ojos de nuestros pequeños; quienes, indefensos y seducidos, sucumben ante este torrente de excitación.
¿Qué le pasa al niño con esto?
Para responder, primero debemos hacer una precisión fisiológica: todo lo que entra a nuestro organismo ( alimento, aire, percepciones sensorias) debe ser metabolizado, «digerido» en nuestro interior, pues para mantenernos sanos, nada del mundo externo debe permanecer intacto dentro nuestro, todo lo que ingresa debe ser destruido para desde ahí construir sustancia humana. Si llega a ingresar al organismo algo de mundo externo no digerido, este inmediatamente desencadena una serie de reacciones para deshacerse de lo que entró, y expulsarlo ya sea a través de la piel ( «granos»), de la mucosa nasal ( estornudos y mocos), de la conjuntiva (lagrimeo), de los bronquios ( tos y flemas); en fin, se producen los típicos síntomas de la ALERGIA.
Por lo tanto, podemos ya empezar a entender el explosivo aumento de las alergias en la población infantil en los últimos años y relacionarlo, al menos en parte, con la hiperestimulación. El niño recibe tantos estímulos que no es capaz de «digerirlos» , pasando muchos de ellos a su interior sin haber sido metabolizados, generando la predisposición a la alergia
Deterioro de los sentidos superiores
Rudolf Steiner nos hizo ver que el ser humano posee 12 sentidos y no 5. (la ciencia natural ya acepta la existencia de más sentidos, la propiocepción por ejemplo). Para entender esta diferencia hay que adentrarse en los fundamentos de la Antroposofía, pero en este escrito baste con decir que la argumentación de Rudolf Steiner está basada en tomar en consideración la vida anímica y espiritual del hombre y no solo lo físico sensible ( que da cuenta de los 5 sentidos clásicos)
En esta ocasión nos referiremos a dos de los «nuevos» sentidos descubiertos por Steiner. Se trata del sentido del Yo ajeno y del sentido de la palabra ajena
El sentido del yo ajeno se refiere a la capacidad de cada ser humano de percibir la presencia de otro Yo, que no sea el propio. Esto solo es posible encontrarlo en otro ser humano, pues ninguna otra criatura en la Tierra tiene un Yo, una individualidad propia presente en su cuerpo. Es un sentido que se ha ido atrofiando con el avance de la civilización y su «progreso». Es el sentido que nos hace ver en cada ser humano un ser sagrado. Ya no hay tiempo para eso. Somos tantos que no nos podemos detener a venerar a cada persona que pasa por nuestro lado.
Pero para el niño es fundamental poder desarrollar este sentido. Con cosas muy simples se puede estimular: saludar al menos a las personas con las que convivimos a diario: papá , mamá, hermanos, vecinos, el portero del colegio, la maestra, los compañeros, los amigos, el tío del furgón escolar, etc. El niño así va forjando en su interior el amor hacia el prójimo.
El sentido de la palabra ajena es más sutil que la simple audición. La palabra humana pronunciada por un ser humano no es uno más de los tantos sonidos que hay en el mundo. Es la expresión física de un ser espiritual encarnado. Y eso solo es posible que provenga de un ser humano. Y para ello tenemos un sentido especial.
Al ver en la pantalla una imagen de un humano hablando, ambos sentidos se distorsionan. No hay nadie realmente allí, es solo el producto de la tecnología, y lo que escuchamos no es en verdad su voz. En los reproductores de sonido tenemos el mismo fenómeno.
De esta forma se van dañando y distorsionando estos delicados sentidos que nos diferencian como seres humanos de otros seres animados.
El ejemplo de los padres como modelo
«¿y cómo tú te pasas todo el dia con el teléfono?», «¿por qué ustedes pueden ver televisión y yo no?»
Estas y muchas otras interrogantes surgen en el alma de nuestros niños cuando ven nuestra inconsecuencia. Por eso es de suma importancia mirarnos primero a nosotros mismos y evaluar nuestro comportamiento frente a los medios. ¿necesito estar todo el dia «conectado»?, ¿puedo sacar la TV de la pieza ( ¡y de la casa!)?.
Aconsejamos respondernos primero estas preguntas antes de tomar decisiones con los niños
Como acercar a los niños a los medios tecnológicos
A pesar de todo lo expuesto, debemos estar conscientes que estamos en el siglo XXI y es inevitable tratar con la tecnología. Algunos, válidamente, optarán por permanecer desconectados y mantener a sus hijos alejados de los medios. Es loable esta actitud, pero conlleva el riesgo de que el niño se rebele contra la autoridad del padre y apenas tenga la oportunidad de hacerlo, se vuelque hacia aquello que le fue prohibido, quizàs aún con más fuerza y sin una guía adecuada.
Otra opción es acompañar al niño en el encuentro con la tecnología y los medios. Lo recomendable es que la primera exposición al televisor ocurra con el niño lo mas «viejo» posible, aquí el lema es «más vale tarde que temprano», que el tiempo de exposición sea progresivo y siempre, lo menos posible. Se aconseja acompañar al niño mientras ve la televisión, por supuesto habiendo elegido con criterio el contenido de la programación, y al terminar la sesión, pedirle al niño que con sus propias palabras nos cuente lo que vió. Este proceso ayuda a que el niño «digiera» lo vivido y así evite las consecuencias de lo expuesto con anterioridad en relación a la sobrestimulación.
Al ocupar un computador, lo aconsejable es que el niño ya tenga las herramientas para entender la tecnología, lo que comentábamos que ocurre cerca de los 12 años. Si es posible sería adecuado que el niño desarmara un computador y pudiera experimentar que está en frente de un invento humano, con cables, circuitos y otros dispositivos, pero que no hay vida dentro de la máquina. De esta forma el niño puede comprender que lo que entrega el computador es producto de la inteligencia humana.
En fin, sabemos que se trata de un tema difícil pues estamos bombardeados por medios y tecnología; sin embargo, estamos seguros que, tomando en consideración lo aquí expuesto, y ampliándolo en el interior de cada uno, se llegará a tener una postura firme y clara que nos permita guiar a nuestros queridos hijos en el encuentro consciente y despierto con la tecnología.